
La noche mágica, en la que puedes pedir algún deseo frente a una hoguera, concentrarte en las llamas y pensar en él. Mi deseo no lo pedí frente a ninguna hoguera, hacía días que reinaba en mi cabeza, no hacía más que pensarlo, volver a besar sus labios, tenerla tan cerca que el aire pudiese ser cortado, jugar con su cuerpo y besar cada deseo que desde hacía semanas me venía atormentando. Esa noche se cumplió, la magia se alzó y no lograba ver las luces, ni podía escuchar la música, solo podía notar el tintineo de mis piernas, que temblaban como flanes, y escuchar esa bella canción de respiraciones agitadas. Cambios de temperatura, de emociones, sensaciones, en algunos momentos me sentí morir pero ella me hacía volver a la vida. Moría y volvía a nacer. Me gustaban sus torturas, como me hacía sufrir para conseguir un beso, lo hacía todo tan interesante que no quería que el juego se acabase nunca, no quería que el reloj marcase la una de la madrugada, hora en la que la pequeña cenicienta debía ser recojída por su carruaje. A esa hora se acabaría el encanto, la luna se pondría triste y mi alma no tendría más remedio que aferrase al recuerdo de su cuerpo entre mis brazos.
Se despidió con un beso, el más dulce que puedo recordar, el que hizo que mis sentidos llorasen porque se marchaba. Ese beso fue el último, así fue acordado por las dos, y después se fue, dejandome atrás, yo la seguí con la mirada hasta que ya no pude verla y mis piernas querían correr tras ella y dar otro último beso, pero apreté los puños hasta clavarme las uñas y no lo hice. Me quedé parada, mirando a la nada. El resto de la noche la pasé bebiendo y recordando cada palabra, cada momento y un lo sigo recordando no quiero olvidarlo...
Ella hizo que esa noche fuese mágica para mi.